martes, 9 de enero de 2018

EL FRANKENSTEIN DE MARY SHELLEY

Frankenstein o el Prometeo moderno (Frankenstein, or The Modern Prometheus) cumplió 200 años este pasado 1 de enero.



Todo el mundo ha visto alguna de las versiones cinematográficas, o al menos ha oído hablar de él, así que cuando estas Navidades nos han recordado el aniversario de la obra en los medios de comunicación, nos resultó familiar, ¿no?. Todo el mundo sabe que Frankenstein es un ser monstruoso, creado por un científico a partir de partes de cadáveres a las que da vida mediante la energía de un rayo en una noche de tormenta. Al tener el cerebro de un asesino, Frankenstein –obviamente- no sabe hacer otra cosa que matar. Y así, en 1931, comienza el género de terror en el cine:



PUES RESULTA QUE NO.

Para empezar, el título de la novela de Mary Shelley hace referencia al científico que juega a ser dios, Victor Frankenstein, y no a su creación, a la que la autora no puso nombre. Es más, Mary Shelley ni siquiera habla de un monstruo, sino que describe a la criatura como un ser diferente, inocente y falto de cariño porque la sociedad no acepta aquello que no entiende.

Mary Bysshe Shelley (1797-1851) es una de las figuras más importantes del Romanticismo inglés. Hija de la escritora y filósofa Mary Wollstonecraf y del filósofo Godwin, su vida estuvo marcada por la tragedia desde un principio, ya que su madre murió por problemas derivados del parto. Con 17 años se fugó a Francia con el también escritor Percy Shelley, motivo por el cual fue repudiada por su padre; una de sus hermanas se suicidó, perdió tres hijos, y pocos años después de contraer matrimonio su marido murió ahogado. Según la crítica literaria, todos estos problemas personales se reflejan en sus obras, especialmente en Frankenstein.

Frankenstein o el Prometeo Moderno (1818) surge de un verano lluvioso entre amigos a orillas del Lago de Ginebra. Lord Byron propuso que cada uno de ellos crease una historia de terror para entretenerse, y ese desafío se materializó en poemas del propio Byron o de P. Shelley,  pero también en dos historias que tendrían especial importancia en la literatura posterior: El vampiro de Polidori, que se convirtió en la base del mito de Drácula, y Frankenstein de Mary Shelley. Ella misma describe el proceso de creación así:

 “Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada no pude dormir (…) Mi imaginación, sin yo requerirlo, me poseyó y me guió, dotando a las imágenes que surgían en mi mente de una intensidad que estaba más allá de las fronteras del sueño. Vi - con los ojos cerrados, pero a través de una aguda visión mental -, vi al pálido estudiante de artes diabólicas arrodillado al lado de aquella cosa que había conseguido juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre yacente, y entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello dio señales de vida y se agitó con un torpe, casi vital, movimiento. Era espantoso (…) Al día siguiente anuncié que había pensado una historia”.





La película Remando al viento (1988), del director asturiano Gonzalo Suárez, recrea ese verano de 1816 en Suiza:



Frankenstein, por tanto, es el fruto del Romanticismo de la época, de las ideas de Darwin y de las cuestiones que planteaba el avance de la ciencia en esos momentos; es una crítica a las políticas del momento; es una defensa de la necesidad de mejorar las condiciones sociales; es la novela que inicia el género de ciencia ficción; es en realidad una historia gótica de terror que refleja la maldad de la sociedad frente a quienes no encajan en el modelo establecido … ¿Quién es el monstruo, entonces?


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