Frankenstein o el Prometeo moderno (Frankenstein, or The Modern Prometheus) cumplió 200 años este pasado 1 de enero.
Todo el mundo ha visto alguna de
las versiones cinematográficas, o al menos ha oído hablar de él, así que cuando
estas Navidades nos han recordado el aniversario de la obra en los medios de
comunicación, nos resultó familiar, ¿no?. Todo el mundo sabe que Frankenstein es
un ser monstruoso, creado por un científico a partir de partes de cadáveres a
las que da vida mediante la energía de un rayo en una noche de tormenta. Al
tener el cerebro de un asesino, Frankenstein –obviamente- no sabe hacer otra
cosa que matar. Y así, en 1931, comienza el género de terror en el cine:
PUES RESULTA QUE NO.
Para empezar, el título de la
novela de Mary Shelley hace referencia al científico que juega a ser dios, Victor
Frankenstein, y no a su creación, a la que la autora no puso nombre. Es más,
Mary Shelley ni siquiera habla de un monstruo, sino que describe a la criatura como
un ser diferente, inocente y falto de cariño porque la sociedad no acepta
aquello que no entiende.
Mary Bysshe Shelley (1797-1851)
es una de las figuras más importantes del Romanticismo inglés. Hija de la
escritora y filósofa Mary Wollstonecraf y del filósofo Godwin, su vida estuvo
marcada por la tragedia desde un principio, ya que su madre murió por problemas
derivados del parto. Con 17 años se fugó a Francia con el también escritor
Percy Shelley, motivo por el cual fue repudiada por su padre; una de sus
hermanas se suicidó, perdió tres hijos, y pocos años después de contraer
matrimonio su marido murió ahogado. Según la crítica literaria, todos estos
problemas personales se reflejan en sus obras, especialmente en Frankenstein.
Frankenstein o el Prometeo Moderno (1818) surge de un verano
lluvioso entre amigos a orillas del Lago de Ginebra. Lord Byron propuso que
cada uno de ellos crease una historia de terror para entretenerse, y ese
desafío se materializó en poemas del propio Byron o de P. Shelley, pero también en dos historias que tendrían
especial importancia en la literatura posterior: El vampiro de Polidori, que se convirtió en la base del mito
de Drácula, y Frankenstein de
Mary Shelley. Ella misma describe el proceso de creación así:
“Cuando
apoyé la cabeza sobre la almohada no pude dormir (…) Mi imaginación, sin yo
requerirlo, me poseyó y me guió, dotando a las imágenes que surgían en mi mente
de una intensidad que estaba más allá de las fronteras del sueño. Vi - con los
ojos cerrados, pero a través de una aguda visión mental -, vi al pálido
estudiante de artes diabólicas arrodillado al lado de aquella cosa que había
conseguido juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre yacente, y entonces,
bajo el poder de una enorme fuerza, aquello dio señales de vida y se agitó con
un torpe, casi vital, movimiento. Era espantoso (…) Al día siguiente anuncié
que había pensado una historia”.
La película Remando al viento (1988), del director asturiano Gonzalo Suárez, recrea ese verano de 1816 en Suiza:
Frankenstein, por tanto, es el fruto del Romanticismo de la
época, de las ideas de Darwin y de las cuestiones que planteaba el avance de la
ciencia en esos momentos; es una crítica a las políticas del momento; es una
defensa de la necesidad de mejorar las condiciones sociales; es la novela que
inicia el género de ciencia ficción; es en realidad una historia gótica de
terror que refleja la maldad de la sociedad frente a quienes no encajan en el
modelo establecido … ¿Quién es el monstruo, entonces?
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